Capitulo 2


 

Capítulo II – "La Llama del Alba"


> En los albores de una era que aún no ha sido contada en los cantos de los bardos, cuando la tierra temblaba bajo el yugo de los poderosos y los débiles eran mercancía, tres almas vivían bajo el mismo techo. Uno entrenaba. Otro cocinaba. El tercero... regañaba.


Acto I: El Despertar del Lucario


La mañana se alzó sobre los campos de Barnaby como una sinfonía de vapor, gallinas ruidosas y olor a pan quemado. Un sol tímido apenas rompía las nubes, mientras la brisa traía consigo el aroma de hierbas y polvo. Dentro de la rústica finca del viejo Pangoro, Facundo, el lycanroc nocturno de pelaje desordenado y alma melancólica, se encontraba en la cocina, removiendo con torpeza una olla de gachas que chispeaba más aceite del necesario.


—“Maldición… otra vez se me quema,” —susurró con una risa nerviosa mientras intentaba disimular el humo con un abanico hecho de hojas secas.


Pero su mente no estaba en la comida.


“¿Por qué me siento así?” —pensaba, mordiendo su labio inferior— “¿Por qué cada vez que lo veo entrenar… me tiembla el corazón?”


Desde la pequeña ventana de madera, sus ojos se posaban sobre el jardín.


Allí estaba Aron Gold, el joven Lucario, moviéndose con torpeza pero pasión, lanzando golpes al aire, fallando en sus patadas, y cayendo con una sonrisa ilusa. Su pelaje brillaba con el sudor del esfuerzo, y su mirada, fija en el horizonte, era la misma que la de los antiguos guerreros de las leyendas.


—“¡Eres un Lucario, no un Farfetch’d bailando con palos de escoba!” —gritó Barnaby, el anciano pangoro, desde la huerta mientras señalaba con su bastón—. “¡Y tú, deja de mirar como enamorado y termina el desayuno, Facundo!”


Facundo saltó del susto, tirando la olla y regando las gachas por el suelo.


—“¡L-lo siento, maestro!” —gritó nervioso mientras barría como loco con una escoba que era más decorativa que útil.


Mientras tanto, Aron reía inocente, alzando un saco de semillas con ambas patas y ayudando a su mentor.


—“Perdón por quedarme leyendo hasta las cinco, maestro Barnaby. Pero 'Las Aventuras del Héroe Tontako' estaba muy interesante,” dijo mientras se agachaba para plantar una zanahoria al revés.


Barnaby se llevó la pata a la frente con resignación.


—“Criaturas de Arceus, dame paciencia…”


Desde la cocina, Facundo los observaba. Su pecho dolía. No por celos. Sino por confusión.


“¿Soy su rival? ¿Su amigo? ¿O acaso… soy su narrador?” —reflexionaba mientras colocaba los platos de madera sobre la mesa de piedra— “¿Qué soy para él?”


Acto II: El Rugido del Combate


—“¡A la arena, idiotas!” —bramó Barnaby al mediodía, golpeando el suelo con su bastón de hierro.


Los pájaros volaron. Las nubes se estremecieron. Una hoja cayó dramáticamente.


—“¿Una batalla, ahora?” —dijo Facundo, con un leve temblor en la voz.


—“Necesitan aprender a pelear con el corazón… y con los músculos también. ¡Prepárense!”


El campo de batalla no era más que un círculo de tierra con algunas piedras decorativas y una cerca medio rota. Pero para Aron y Facundo… era un coliseo sagrado.


Ambos se posicionaron. La tensión se podía cortar con un Caterpie.


—“No me contendré, Facu,” —dijo Aron, su tono tan heroico como torpe.


—“Y-yo… yo tampoco,” —respondió Facundo, tragando saliva mientras se ponía en guardia.


La batalla comenzó. Aura Sphere contra Garra Roca. El Lucario y el Lycanroc se enzarzaron en una danza de golpes, caídas ridículas, saltos épicos con efectos de cámara lenta que solo existían en sus mentes.


Facundo esquivó un golpe y se lanzó sobre Aron.


—“¡Lo siento!” —gritó mientras le mordía la cola sin querer, causando que ambos cayeran en una nube de polvo.


Barnaby aplaudía con sarcasmo.


—“¡Qué épico! ¡Qué glorioso! ¡Qué ridículamente lamentable!”


Pero poco a poco, la batalla se volvía real. Aron esquivaba con mejor ritmo. Facundo atacaba con precisión. Había pasión. Había tensión.


—“¿Por qué te esfuerzas tanto?” —preguntó Aron entre jadeos.


—“Porque tú… tú me haces querer ser mejor,” —respondió Facundo sin pensar, sonrojado.


El golpe final llegó. Aron, con su última fuerza, lanzó una patada que fue atrapada por Facundo… quien tropezó con una piedra, y cayó desmayado por su propio ataque de cabeza.


—“Empate moral. Derrota física para ambos,” —sentenció Barnaby mientras los arrastraba de las orejas hacia la casa.


Epílogo: La Brisa del Peligro


Mientras el sol se ocultaba y los grillos afinaban sus cuerdas, un barco atracaba en el puerto cercano. Una silueta descendía sin hacer ruido. Una dewott con capucha azul, pasos sigilosos y mirada aguda como filo de cuchilla.


—“Cinco reinos… y ninguno pudo atraparme,” murmuró mientras robaba la billetera de un turista distraído y desaparecía entre los callejones.


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